Las primeras experiencias de la vida dejan una huella profunda en el desarrollo del cerebro, las emociones y la forma en que los niños y niñas se relacionan con el mundo. Cuando esas experiencias se viven en contextos de inseguridad, estrés o falta de afecto, pueden influir en la manera de aprender, sentir y vincularse con los demás. A veces, lo que parece una simple dificultad de comportamiento o atención es, en realidad, la expresión de un pasado que aún necesita ser comprendido y reparado.

Durante los primeros años, el cerebro se forma en interacción con las personas que cuidan. Si el entorno no ofrece seguridad, presencia y contención emocional, lo que podríamos llamar buenos tratos, el niño o la niña puede desarrollar estrategias de defensa que, con el tiempo, se confunden con “problemas de conducta” o “trastornos del desarrollo”. Comprender este vínculo entre la experiencia temprana y el desarrollo neurológico nos permite mirar más allá del síntoma y reconocer la historia que hay detrás.

Las consecuencias de la adversidad temprana no siempre se ven a simple vista: pueden reflejarse en la dificultad para concentrarse, en la falta de regulación emocional, en la desconfianza hacia el adulto o en una gran sensibilidad ante el rechazo. Cada una de estas manifestaciones es una forma de adaptación ante un entorno que, en su momento, no fue seguro. Entenderlas es fundamental para ofrecer respuestas ajustadas que no dañen, sino que reparen.

Desde una mirada comprensiva e integradora, en Albores acompañamos a niños, niñas, adolescentes y familias a reconstruir esa base de seguridad perdida. A través del acompañamiento educativo, terapéutico y familiar, trabajamos para favorecer el desarrollo emocional y neurológico, fortalecer los vínculos y crear entornos donde sea posible volver a crecer con confianza y bienestar.